Deja de bailarme, le dijo el amante,

ignoro tus pasos, y cómo tenerte.

Y así, a una luz tenue de luna danzante,

cortóle al títere los hilos la muerte.

La realidad es la más ambigua de las ficciones. Cada instante es memoria, una memoria corrompida por el inmisericorde paso del tiempo. Cuando el fotógrafo abre el obturador de su cámara y fija un momento de su realidad también está inmortalizándose un poco. Cada foto es un huir constante del tiempo, rompiendo su monótono andar barrándole las fronteras del marco de papel. El material de trabajo del artista es, recuérdese, la historia. Cuando Edu Barbero pinta con el movimiento de su mano y los colores del neón de la ciudad huye asimismo de sí mismo, del Edu Barbero de los retratos en b/n que buscaba la sonrisa de los quehaceres diarios del mundo amigo. Quizá los sufrientes partos de la vida (enemiga a veces) le dieron la paleta que su alma precisaba para pintar en la inmensidad de la noche como en una pizarra real. Este mundo que hoy nos ofrece no es la Barcelona que nos acuna, es la ciudad que arrasa el tiempo consigo mismo en su vertiginoso devenir. Hasta el alba, que nos devuelve a los días mostrando lo que es como es, robándonos el derecho a soñar nuestra vida como quisiéramos para hoy. Dijeron que la poesía era un arma cargada de futuro. La de Eduardo es, desde luego, imperecedera. Como los sueños que, acabado el tiempo, nunca se hicieron realidad.

Iván Sánchez